El Fondo
Monetario Internacional acaba de difundir su informe de abril de “Perspectivas
de la Economía Mundial”.
Su resumen
ejecutivo de fecha 14 de abril dice literalmente: “La pandemia de COVID-19 está
infligiendo enormes y crecientes costos humanos en todo el mundo. Para proteger
vidas y permitir que los sistemas sanitarios puedan hacer frente a la situación
ha sido necesario recurrir a aislamientos, confinamientos y cierres
generalizados con el fin de frenar la propagación del virus. La crisis
sanitaria por ende está repercutiendo gravemente en la actividad económica.
Como
resultado de la pandemia, se proyecta que la economía mundial sufra una brusca
contracción de -3% en 2020, mucho peor que la registrada durante la crisis
financiera de 2008–09 (cuadro 1.1).
En el
escenario base, en el que se supone que la pandemia se disipa en el segundo
semestre de 2020 y que las medidas de contención pueden ser replegadas
gradualmente, se proyecta que la economía mundial crezca 5,8% en 2021, conforme
la actividad económica se normalice gracias al apoyo brindado por las
políticas. El pronóstico de crecimiento mundial está sujeto a una extrema
incertidumbre.
Las secuelas económicas dependen de factores
cuyas interacciones son difíciles de predecir, como por ejemplo la trayectoria
de la pandemia, la intensidad y eficacia de los esfuerzos de contención, el
grado de las perturbaciones en la oferta, las repercusiones del endurecimiento
drástico de las condiciones en los mercados financieros mundiales, variaciones
de los patrones de gasto, cambios de comportamiento (como una renuencia de las
personas a visitar centros comerciales y utilizar transporte público), efectos
en la confianza y volatilidad de los precios de las materias primas.
Muchos países
se enfrentan a crisis con múltiples aristas, que comprenden un shock sanitario,
perturbaciones económicas internas, derrumbe de la demanda externa, cambios de
sentido de los flujos de capital y colapso de los precios de las materias
primas. Predominan los riesgos de que los resultados sean peores.
Para evitar
tal desenlace resulta crucial adoptar políticas eficaces. Las medidas
necesarias para reducir el contagio y proteger vidas harán mella a corto plazo
en la actividad económica, pero también deben ser consideradas como una
inversión importante para la salud humana y económica a largo plazo.
La prioridad inmediata es contener las
secuelas del brote de COVID-19, sobre todo incrementando el gasto sanitario a
fin de reforzar la capacidad y los recursos del sector de la salud mientras se
adoptan medidas para reducir el contagio.
Además, las
políticas económicas tendrán que amortiguar el impacto que la disminución de la
actividad tendrá en las personas, las empresas y el sistema financiero; reducir
los efectos persistentes y más permanentes derivados de la inevitable y fuerte
desaceleración; y garantizar que la recuperación económica pueda empezar
rápidamente una vez que se disipe la pandemia.
Dado que las
secuelas económicas obedecen a shocks particularmente agudos en determinados
sectores, las autoridades tendrán que implementar importantes medidas
focalizadas en los ámbitos fiscal, monetario y financiero para respaldar a los
hogares y las empresas afectadas.
Estas medidas
ayudarán a preservar las relaciones económicas durante la paralización y son
esenciales para permitir que la actividad se normalice gradualmente una vez que
se disipe la pandemia y que se levanten las medidas de contención.
La respuesta
fiscal en los países afectados ha sido rápida y considerable en muchas
economías avanzadas (como Alemania, Australia, España, Estados Unidos, Francia,
Italia, Japón y el Reino Unido). Muchas economías de mercados emergentes y en
desarrollo (como China, Indonesia, Sudáfrica) también han empezado a
proporcionar o han anunciado importantes medidas de apoyo fiscal a favor de los
sectores y trabajadores duramente afectados.
Será
necesario reforzar las medidas fiscales si persisten las paralizaciones de la
actividad económica, o si el repunte de la actividad cuando se levanten las
restricciones es demasiado flojo. Es posible que las economías que estén
enfrentando restricciones financieras para combatir la pandemia y sus efectos
necesiten apoyo externo. Un estímulo fiscal de base amplia puede prevenir una
merma más pronunciada de la confianza, impulsar la demanda agregada y evitar
una desaceleración aún más profunda. Pero sería más probable que el estímulo
surta más efecto una vez que la pandemia se haya disipado y que las personas
puedan desplazarse con libertad.
Las importantes medidas adoptadas por los principales
bancos centrales en las últimas semanas comprenden estímulo monetario y
servicios de liquidez para reducir la tensión sistémica. Estas medidas han
apuntalado la confianza y han contribuido a mitigar la amplificación del shock,
asegurando así que la economía esté en mejores condiciones para recuperarse. Si
se sincronizan, las medidas pueden tener un efecto potenciado en las economías
individuales, y además ayudarán a generar el espacio que les permitirá a las
economías de mercados emergentes y en desarrollo recurrir a la política
monetaria para responder a las condiciones internas cíclicas. Los supervisores
también deben alentar a los bancos a renegociar los préstamos concedidos a
hogares y empresas que atraviesan dificultades, sin dejar de llevar a cabo
evaluaciones transparentes del riesgo de crédito.
Una estrecha cooperación multilateral es esencial para
superar los efectos de la pandemia, e incluye ayudar a los países con
restricciones financieras que enfrenten un shock doble, sanitario y de
financiamiento; y también es esencial para canalizar ayuda a países con
sistemas sanitarios deficientes. Es urgente que los países trabajen en forma
mancomunada para frenar la propagación del virus y para desarrollar una vacuna
y terapias contra la enfermedad. Hasta que estas intervenciones médicas estén
disponibles, ningún país estará a salvo de la pandemia (y eso incluye el
retorno de la enfermedad después de que la ola inicial se haya disipado) si
siguen produciéndose contagios en otros lugares.”